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Una experiencia única, la Maratón de la Gran Muralla China

Por Pepe Carina – Director de 360runn

Es muy difícil tomar una decisión que te replantea la vida. Pensar en el último maratón (42,195 kilómetros) no es fácil, luego de trece años de atarme las zapatillas para salir a rodar. Pensar en esa “primera vez” en Barrancas de Belgrano y ver en retrospectiva todos los lugares que recorrí y los amigos que hice en éstos años con la excusa de correr maratones, hace que la selección del escenario para la distancia mitológica sea muy meditada.


Y ése escenario fue el Maratón de la Gran Muralla China en 2014. Ese sueño convertido en realidad. Ese sueño que pudo ser contagiado como un virus imparable a muchos otros corredores.
Llegué a Beijing con una acumulación de lesiones viejas y nuevas, en ambas rodillas y en el gemelo derecho. Unas horas antes del maratón tuvieron que inyectarme un analgésico para poder enfrentar éste desafío.


El maratón:

– La previa: Se vivía como un club con diferentes “trapos”. Si bien éste maratón tiene un cupo máximo de 2.500 corredores en las tres distancias (maratón, media maratón y 8,5 kilómetros), están representados más 50 países y cada uno orgulloso de sus “colores”: Pero unidos en lo único que puede lograrlo. Una pasión. Nuestra pasión.

– Solo el comienzo: Una entrada en calor de un kilómetro llano era el único regalo agradecido que podíamos esperar. A partir de allí, cuatro kilómetros cuesta arriba, sin respiro. Los habitantes de la aldea Huangyaguan esperan año tras año éste evento. Todos en la puerta de sus casas alentando a los corredores. Los niños regalando flores silvestres y los ancianos, solo sonriendo. De esa manera, la primera tortura se hacía llevadera.

– Primera trepada: Bienvenidos a la Gran Muralla, parecía decir un cartel en chino. Los primeros escalones te abrazan y te obligan a tomar las cosas con calmas. Hechos de piedra y lajas, completamente irregulares, no te permiten más que subirlos de a uno. No importa el ritmo que hayas planificado, hay que pensar cada paso. Nos esperaban más de 2.000 escalones en la segunda etapa del maratón. Era el primer filtro. Muchos corredores al terminar el kilómetro 8,5 empezaban a pensar seriamente la continuidad en éste desafío.

– El recreo: Una recta casi perfecta en falso llano hacia la aldea Duanzhuang (kilómetro 15) era el único recreo que nos iba a regalar el maratón, ya que a partir de allí, nos esperaría la primera cuesta constante de unos kilómetros, pasando por las aldeas Qinshanling y Chedaoyu. Había llegado al kilómetro 21 con muy buen tiempo. A pesar de las molestias en el gemelo (la sensación era correr con una pierna dormida), solo habían pasado 3 horas de carrera y mi objetivo de cumplir el maratón en 6 horas era alcanzable. Pero las cuestas interminables en ésta etapa me demostraban que la historia aún no había sido escrita.

– El golpe: En la segunda entrada a la Gran Muralla, la sensación fue innombrable. La trepada en vertical de 150 metros en menos de un kilómetro, y luego de 35 kilómetros de carrera, hacía que todos los corredores sintiéramos que el tiempo se detenía. Los pies pesaban toneladas. Solo podías subir un par de escalones para tener que detenerte a respirar. Muchos sentían nauseas y vomitaban. Mirar para arriba te deprimía y mirar para abajo te tentaba al abandono, ya que la plaza Yin Yang estaba a solo pasos.

– La despedida: Los últimos tres kilómetros de escalones eran memorables. Estar allí hacía que los dolores y el agotamiento desaparecieran. La presión de tiempos establecidos como estrategia se esfumaban de tu mente para dejar lugar a la contemplación de estar en un lugar único en el Mundo. Volver a desandar esos escalones, pasando por las torrecillas donde la temperatura disminuía unos 5ºC me daban los respiros necesarios para disfrutar de lo que estaba viviendo.

– El final: Al terminar la Gran Muralla, solo quedaba recorrer un tobogán de 4 kilómetros en asfalto para volver a la aldea Huangyaguan. A pesar de sentir el gemelo derecho completamente lastimado, pero sin dolor, tenía la necesidad de CORRER. De VOLAR. Allí es donde la cabeza terminó de sufrir y saber que era posible. Que ya estaba. Que se terminaba lo que había empezado hacía más de 6 horas. Solo quedaba disfrutar.

– La llegada: La entrada a la plaza Yin Yang, escuchar que el locutor dice tu número de dorsal, tu nombre y tu país te levanta unos centímetros del piso para sentir que volás en los últimos pasos. La línea de llegada está allí. Ves que un voluntario ya tiene tu medalla en la mano y que el fotógrafo está listo. No pensás en la mejor pose ni si tu peinado está presentable. Una banda de argentinos esperándote para abrazarte y compartir ese momento tan lejos del hogar. Solo querés llegar. Y LLORAR DE ALEGRÍA Y EMOCIÓN.

Digo que éste será mi último maratón. La remera de finisher ya está enmarcada y colgada, junto con el dorsal, en la pared de mi rincón. La medalla a la vista, en mi escritorio.
Pero el running siempre tiene la última palabra.

+ INFO: http://www.maratonmurallachina.com

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