Esperábamos mucho, muchísimo, de esta edición aniversario de las Anniversary Race, la cuarta etapa. Porque habíamos participado de las tres pruebas anteriores, sabíamos la calidad que encontraríamos, y también sabíamos que seguramente nos sorprenderían. Fueron semanas palpitando el evento, con fotos nuevas y anteriores, con videos, con intercambio de ideas, con desafíos virtuales. Las expectativas eran muchas, y con estas sensaciones viajamos a Paraná, al Paraje “La picada”.
En las enormes instalaciones de la escuela Rural «Almafuerte» hicimos la acreditación el sábado 21, día previo a la carrera e inicio de la primavera. Con tiempo, recorrimos parte del circuito que parecía sencillo: los senderos y las calles transitables, prolijas, parejas. Todo hacía imaginar que esta vez íbamos a ser aventureros veloces. Pero el tiempo iba cambiando, de la calidez del mediodía pasamos al viento frío de la tarde, con nubes amenazantes. Igualmente no nos preocupábamos, la consigna era clara: excepto tormenta eléctrica, la carrera no se suspendía. Y entonces quedaba cambiar de estrategia, como en las competencias: la entrega de kit pasó al salón de actos, el parque de juegos fue el salón del alojamiento, la cena de pastas y la charla técnica fue bajo techo. A la lista de pendientes pasaron el paseo interpretativo del Parque “San Martín”, la navegación por el arroyo “Las conchas”, el fogón primaveral bajo la luna llena.
El domingo amaneció lluvioso, y entendimos quien definió al verdadero protagonista de la carrera. Si antes proponíamos que podían serlo las sendas entre acacias y sus espinas, los tímidos guazunchos, los cruces de arroyos y la arena de sus costas, los infaltables duendes o los misteriosos primos, el clima decidió que fuera EL BARRO.
Desde temprano, los corredores empezaron a llegar desde Santa Fe, Corrientes y las distintas localidades de Entre Ríos, estaban por todos los rincones!. La alegría y ansiedad previa se manifestaban en las charlas, los carteles de pensamientos para las fotos («Este cuerpito tiene aguante», «Quiero más», entre otros), los bailes de los teams de entrenamiento y diferentes grupos. El más ruidoso era el de las «Super Petis» y su lema con cartel propio: «No les tenemos miedo», bajo la dirección de su presidenta Viviana Paiva. Los personajes ponían notas de color: el cavernícola, las pelucas y anteojos, el sombrero-paraguas tan acorde al tiempo. Los flashes eran constantes, las entrevistas a los participantes también.
A medida que se aproximaba la hora de largada, todos los corredores abandonamos el cobijo de la escuela y nos ubicamos bajo el arco. A las 11, bajo un cielo nublado pero ya sin lluvia, el ejército amarillo salió en busca del desafío. Las dos distancias compartíamos los primeros 300 metros por la calle de greda, hasta llegar al acceso del Parque San Martín, donde ingresábamos los corredores de 10 km y continuaban los de 21.
Los participantes de la mayor distancia llegaron por la ruta 12, cortada por la policía, hasta al pueblo La picada, donde los organizadores dijeron: “Aquí comienza la carrera de aventura”. El circuito bajaba al monte, cruzando por debajo la vía del tren, e ingresaba a la tupida selva en galería, por senderos de tierra negra. Enseguida sorprendió el segundo protagonista: la arena en una barranca importantísima, difícil, desafiante. Allí los esperaba el primer arroyo, preparado para recibir a los aventureros: gomón para los menos audaces, cuerdas, torpedos y hasta buzos tácticos. Mientras nadaban cual triatlón o la competencia Hernandarias-Paraná, seguramente muchos recordaron la frase de los organizadores: “El agua no les llegará más allá de las rodillas”. Luego de una dura trepada a la barranca ayudados por sogas, ingresaban nuevamente al monte.
Una vez llegados al Parque San Martín, comenzaba al circuito común a las dos distancias: camino de greda de entrada, sendero de interpretación con cartelería específica, zona de camping, arena por la costa del Arroyo “Las conchas”, su cruce con el agua por las rodillas y una nueva barranca dificultosa. El siguiente tramo de coastering ofrecía hermosas vistas, que no podían ser apreciadas ya que era imposible levantar la vista del suelo sin correr el riesgo de peligrosos resbalones. Tanto los badenes en las zonas arboladas como los pisaderos en los abiertos pastizales eran un fango de tierra negra muy pegajoso.
De repente, el monte se abrió en una barranca empinadísima, desembocaba directamente al arroyo que debía ser cruzado por segunda vez. Sorprendía tanta gente esperándonos, con diferentes intenciones: manos amigas para la zona de cauce profundo, en el puesto de hidratación y no tan amigables de parte de nuestro conocidos «Duendes». El entrenamiento militar consistió en troncos que debían saltarse y una trinchera que agregó mucha arena a nuestro vestuario ya tremendo. De la arena costera pasamos a un sendero abierto a machete, un cañaveral que conducía nuevamente al monte húmedo. Y a una pileta de lodo, un chiquero, un lugar donde había zapatillas y chips perdidos, malas palabras, manos amigas, risas burlonas, pero sobre todo mucha diversión y compañerismo. El barro llegaba a las rodillas, nos atrapaba, nos inmovilizaba, nos dejaba sentados pensando cómo salir, y una vez que lográbamos hacerlo nos acompañaba en centímetros en cada zapatilla. Ya en el monte de ligustros, nos sorprendieron los anunciados “muertos vivos”, los misteriosos “primos”, que permitieron fotos muy divertidas al perseguir y abrazar a los sucios corredores.
Ya se acercaba el final, ya se escuchaba el legendario Farías alentando a los embarrados corredores que iban cruzando el arco. Un último esfuerzo era suficiente para completar esta increíble aventura, y recibir la medalla y las merecidas felicitaciones. Mientras recuperábamos el aliento e intentábamos (inútilmente) despegarnos el barro, los chicos tuvieron su carrera, con superhéroe propio – Super Gridito – y el sorteo de una bicicleta. La premiación fue amplia, con medallones importantes para los cinco mejores de cada categoría.
Finalizamos esta aventura, esta carrera con una enorme satisfacción por los duros objetivos superados, por la meta personal alcanzada por cada uno, “Después de esto, me animo a cualquier cosa” fue la frase más escuchada. Y finalizamos este domingo poniendo, unánimemente, en lo más alto del podio a los organizadores, un grupo que ha crecido basándose en el cuidado de los detalles, el respeto y el trato cordial y personalizado. Nos despedimos con la inusual sensación colectiva de haber recibido más de lo esperado, siempre más.
Betina M. Bonnin